El escándalo que en Alemania ha causado el libro de Thilo Sarazin (y el interés, pues creo que ha vendido miles de ejemplares ya el primer día) supongo que se debe al racismo explicito; en Alemania es especialmente escandaloso hablar de un gen judío. Pero lo preocupante de las opiniones de Sarrazin no es tanto su racismo ,que no nos dice nada que no esté ya mil veces discutido y rebatido, lo que hace alarmante el discurso de este hombre es que se dirige contra los emigrantes de origen musulmán. Lo que está en el fondo es el miedo al Islam, miedo ampliamente compartido por gran número de europeos.
Dice Sarrazin:
“No quiero que el país de mis nietos y bisnietos sea mayoritariamente musulmán, o que el turco o el árabes se hable en grandes regiones, que las mujeres lleven velo y el ritmo diario sea marcado por la llamada del muecín. Si quiero tener esa experiencia, puedo pasar unas vacaciones en Oriente”
Probablemente , muchos de los que rechazan rotundamente sus afirmaciones racistas, así como su visión de los emigrantes turcos que ,según él , están haciendo que el país sea cada vez más estúpido, ya que cree que los turcos tienen un CI inferior a la media de los alemanes, (por mi parte no había oído hablar nunca de la supuesta inferioridad intelectual de los turcos),además de hacer gastar grandes cantidades al país, puesto que reciben del Estado mucho más de lo que aportan, están de acuerdo con esa frase.
Muchos no están en contra de los turcos por su raza, su origen o su cultura, entienden sus dificultades de integración, la discriminación a la que tienen que hacer frente, incluso les resultan simpáticos, pero no querrían de ninguna manera que la religión islámica llegara a ser mayoritaria en su país, como augura Sarrazin que podría llegar a suceder, dado el importante crecimiento demográfico de los inmigrantes de origen turco y que no se produce asimilación a la sociedad alemana, al contrario, la tercera generación parece menos integrada que sus padres.
Antes que nada quiero decir que la acusación a los emigrantes de no querer integrarse, de no esforzarse en mejorar, en hacer que sus hijos estudien, de aprovecharse del estado benefactor, no es nada nuevo. Son acusaciones que se han hecho siempre a los grupos más desfavorecidos, emigrantes o no, si ha dicho de los negros americanos, de los gitanos, de los agricultores andaluces o extremeños… la idea de que los pobres lo son porque no se esfuerzan, o porque no son muy inteligentes está muy extendida entre quienes gustan de pensar que ellos son ricos gracias a sí mismos, no al azar no a la falta de escrúpulos propios o de los antepasados, o entre quienes creen que si no existieran otros más pobres que ellos, tocarían a más del pastel estatal.
Ayer mismo decía el cerebro de FAES Jose María Marco: "Las ayudas, se ha dicho una y mil veces, son la demostración de que la sociedad española cuida de quienes lo están pasando mal. Puede ser, y está bien congratularnos por nuestras virtudes, pero eso no impide constatar que las ayudas a los parados son también un incentivo para el desempleo. En Estados Unidos se calcula que con menos ayuda a los parados, el paro estaría en el 6,8% en vez de un 9,5%, y ya en el siglo XVI una polémica similar, la del «amparo de pobres», dejó claro qué política, si la de protección –seguida en España– o la de la obligación de buscar trabajo –seguida en Flandes–, era más eficaz para fomentar el empleo."
La verdad es que creo que los emigrantes no sólo son menos inteligentes, sino que probablemente lo son más. La tragedia es que se van de sus países los mejores, los más inteligentes, los más audaces, los más dispuestos a hacer lo que haga falta por conseguir un futuro mejor para sus hijos. Y si están en Alemania es porque los alemanes les necesitan para trabajar. Si no encontrasen trabajo, no habría emigrantes.
Otra cosa es que mantengan sus costumbres y su religión. Es lo que cuesta entender en toda Europa, vemos el Islam como una religión que mantiene a sus fieles en el atraso cultural y moral, en la discriminación a la mujer, en costumbres bárbaras como la amputación como castigo al ladrón o la lapidación de las adúlteras, y a la que vemos contraria a la democracia.
Nos gustaría que los emigrantes lo vieran como nosotros y abandonaran su fe, o al menos fueran adoptando nuestras costumbres, nos sorprende ver a las jovencitas con velo, que acepten matrimonios de conveniencia o que no quieran hacer gimnasia.
Por supuesto la mayoría estará de acuerdo con Merkel que ha dicho que a los emigrantes no se les pide la asimilación, que son libres de mantener su cultura y sus costumbres, pero la inquietud ante esas costumbres se mantiene, y la islamofobia se extiende cada vez más.
Parece que hay quien quiere arrastrarnos a un enfrentamiento entre el occidente cristiano y el islam. Esto es muy peligroso. No deberíamos dejarnos arrastrar.
No se trata de defender la religión cristiana. No es mejor que la islámica, si hoy puede parecer más tolerante, es porque no tiene otro remedio. La tolerancia de la Iglesia frente al Estado laico no es producto de sus doctrinas, sino de una larga lucha contra sus prerrogativas, contra su ideología, y contra su poder secular. Ha costado siglos, guerras, muertos y una gran batalla ideológica, desde la Ilustración y aun anterior, el acabar con la hegemonía de la religión, el relegarla a un asunto privado, el tener estados laicos. En España no lo hemos conseguido hasta hace bien poco.
Toda religión monoteísta tiende a estar en contra del laicismo y de la propia democracia, puesto que cree en una Verdad revelada, que está por encima de las opiniones de los hombres.
Tampoco se trata de defender el Islam. Hay que luchar por denunciar toda práctica que atente a los derechos humanos, hay que defender la democracia frente al islamismo radical. Pero no se trata de una batalla cristianos- musulmanes, ni occidente-países islámicos. Ni mucho menos contra los emigrantes. Se trata de una batalla por la democracia, por las idas liberales y contra el integrismo religioso tanto de islamistas como de cristianos.
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